CASA VACÍA
A pesar de lo que pueda parecer, una casa nunca está vacía. Antes incluso de tapiar con ladrillos puertas y ventanas, la casa ya había sido tomada. Al principio son pequeñas arañas que tejen entre los recuerdos, un viejo cuadro, algunos libros olvidados; luego abren huecos las hormigas suculentas y encuentran refugio las salamanquesas. No tardan mucho en ocupar las mejores vigas de los techos familias enteras de murciélagos. Larvas de escarabajos y termitas digieren con paciencia muebles y puertas. El moho se expande oloroso por el colchón en el que dormías, aprovechando la oscuridad y la humedad que se filtra desde la cercana y amenazante laguna.
Una casa nunca está vacía, hay ruidos, crujidos y sollozos. Las raíces de los árboles del jardín abren minúsculas fisuras en suelos y muros, resquebrajándolos; las cucarachas sabrosas salen por las cañerías e invaden las habitaciones más oscuras, el cuchillo rojo se oxida. Te podría dejar mi espejo, el que uso para mirarte, aunque ya no estés conmigo. Con él las horas y los días pueden ser más llevaderos.
Quizás pueda parecer una casa vacía pero es una percepción equivocada. Con atención se escuchan los ratones que se enredan, como trampas, entre tus vestidos, incluido ese blanco manchado de sangre que tanto te gustaba. Solo tú conoces el hueco bajo la escalera donde también me escondí aquel día que dejaste de gritar. No logro comprender por qué no has venido a buscarme, por qué ya no puedo salir a jugar con otros niños.
Ricardo Reques
Ricardo Reques es Doctor en Ciencias Biológicas y autor de libros y artículos científicos y técnicos. En el ámbito literario ha ganado algunos certámenes literarios y ha participado en distintas antologías. En 2011 publicó la colección de microcuentos Fuera de lugar (Depapel) y el libro de relatos El enmendador de corazones (Alhulia).
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LOS RUIDOS DEL ROPERO
Todas las noches me despertaban unos extraños ruidos que provenían del ropero, como si hubiera ratones dentro o alguien se dedicara a mover las perchas de un lado a otro. Solía levantarme a oscuras, encender la luz del cuarto de baño para no despertar a Irene y abrir las puertas del ropero. Pero nada, por más que miraba y buscaba no hallaba la causa de aquellos misteriosos ruidos. Incluso llegué a pensar, en noches de insomnio, que podría ser cosa de los vecinos, cuyos ahogados ecos se filtraban a través de nuestras paredes igual que rumor de olas en playa solitaria.
Los ruidos, con el tiempo, lejos de menguar, aumentaron. Irene, que dormía a pierna suelta, aseguraba que eran imaginaciones de una mente tan proclive a la fantasía como la mía. No quería creerme. Yo no cejé en mi empeño. Un día hice un agujero en una de las paredes laterales del ropero, y por la noche dejé una linterna encendida en su interior, de forma tal que me permitiera gozar de la mayor visibilidad posible al mirar por el orificio. Después de dar las buenas noches a mi mujer, en lugar de leer un rato como siempre acostumbraba, apagué la luz de la lamparita y simulé dormir. Al cabo, un murmullo, como de roce de tejidos, se escuchó en el silencio del dormitorio. Me levanté y, descalzo para no alertar a los autores de mis desvelos, me acerqué al ropero. Apliqué el ojo al agujero y lo que vi me dejó estupefacto. Las mangas de mis camisas manoseaban los jerseys de Irene o se emboscaban bajo sus faldas, acariciando el aire de una carne ausente. Mis pantalones, con las cremalleras bajadas, se frotaban con los suyos, arrancando a la tela una sinfonía de gemidos textiles. No daba crédito a mis ojos. Sentí una repentina erección que me condujo de vuelta a la cama. Bajo las sábanas busqué el cuerpo cálido de Irene imitando los sensuales movimientos que tenían lugar en el interior del ropero.
Desde que conozco la razón de los ruidos duermo mucho mejor y mis relaciones conyugales han mejorado bastante. Irene sigue sin creerme y dice que estoy loco, pero yo sé que no es cierto; es sencillamente que me siento en deuda con nuestro fondo de armario. Estoy seguro de que su mayor anhelo será tener descendencia. Por eso he sacado las sábanas del primer cajón y lo he llenado de ropa de bebé de todos los colores y formas imaginables.
Fernando Molero Campos
Fernando Molero Campos.- Nace en Fernán Núñez, Córdoba,1.965. Licenciado en Humanidades.Es autor de los libros de cuentos En la playa, El heladero de Brooklyn (finalista del premio Setenil 2.011) y En el baño, así como de las novelas ¿Quién se esconde detrás de Nosferatu? Y La cabeza cortada de Yukio Mishima.
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METAMORFOSIS
Después de trepar a lo más alto entré en ella ,una fuerza innata me llevó hasta allí. Tras una puerta situada al fondo del oscuro salón se ocultaba un largo pasillo con habitaciones a ambos lados. Estaba perdido en aquel laberinto de pasadizos, salones olvidados dentro de otros salones repletos de recovecos formados por el capricho de las ramas y de los troncos de otros árboles cercanos. Las paredes sudaban agua cristalina y estaban cubiertas de suave musgo. Una escalera horizontal me conducía a otra estancia, a otra vivienda con olor a humedad, y luego a otra, y a otra…
No sé cuanto tiempo llevo aquí arriba. De todas las casas que habité, ninguna estaba hecha tan a mi medida .A veces me gusta mirar por la ventana tímidamente para verme, para cerciorarme que sigo allí, tumbado en la hamaca del porche, con un libro abierto sobre mi pecho y un pie descansando sobre la tarima.
No sabría decir cuantas primaveras.
Rosa Galisteo Luque
Nace en Baena (Córdoba). Ha publicado sus relatos y poemas en diversas antologías publicadas por la Asociación Cultural Mucho Cuento y por Plaza de la Juventud. Colabora en la revista Cancionero de Baena. Coordina varios talleres de creación literaria desde 2.006 y un club de lectura de la Biblioteca Provincial de la Junta de Andalucía.
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CAMBIO DE GUARDIA
No sé bien cómo ha sucedido. Yo debía estar fuera y él, aquí dentro. Empezó con su labia de que sería una experiencia inigualable, que no me la podía perder, que sólo pasa una vez en la vida y me dejé llevar. Ahora él hace guardia afuera, con mi fusil y mi uniforme. Hasta se quedó con mi familia. Yo sólo tengo esta oscuridad angustiosa. Sí, toda una experiencia, pero para una semana, no para los dos años que llevo aquí hacinado y sin esperanza.
Antonio Luis Ginés.- Nace en Iznájar, Córdoba. Crítico literario en los Cuadernos del Sur (Diario Córdoba), ha ejercido la enseñanza en talleres literarios creativos.Cofundador de la Asociación cultural Mucho Cuento.
Tiene seis libros de poesía publicados y uno de cuentos El fantástico hombre bala( El páramo, 2.010)